sábado, octubre 09, 2004

El Convertible Francés

Anoche apague el celular... y nadie se murió!!!! Dormí mas de doce horas, que falta me hacia...

Por allá, en el principio de los ochenta, cuando llevábamos como 5 años en Santiago, mi papá llego con una gran sorpresa; ¡un auto!, ¡¡¡la familia tenía auto!!!
Con mis hermanos saltábamos de contentos. Era un auto muy característico su motor inconfundible, el color muy llamativo; naranja. Los focos estaban salidos y eran cuadrados, extraña forma de auto. La verdad no era un auto, era una citroneta.

Mi papá había tomado un curso para aprender a manejar, así que cada salida que teníamos eran a no más de 50 kilómetro por hora. Tomaba el volante muy firme con las dos manos y no podíamos hablar, para no distraerlo, mi mamá callada al lado mirando impávida el paisaje.
Para practicar salíamos a paseos al campo y principalmente para el sector de Pirque y el cajón del Maipo, nos metíamos por cuanto camino encontrábamos y estuviera abierto. Un día sábado salimos rumbo de paseo a los alrededores de Rancagua. Llegamos a Rancagua y seguimos derecho hasta san Fernando como estábamos allí decidimos subir un poco hacia las montañas. Llegamos a las termas del flaco. Era un camino muy angosto, la montaña por un lado y el risco por el otro, pero valía la pena el riesgo, el paisaje es de los has bellos que tiene este país. No nos quedo otra que quedarnos a dormir alla.

En otra oportunidad nos fuimos de vacaciones a La Serena, donde además de nosotros 5 (padres hermanos y yo) invitamos a un amigo. Subimos al valle del elqui donde aún era tradicional y no un lugar “turisticamente lindo”. Era muy sobrecogedor cuando subíamos en nuestra naranja amiga. En el camino vimos a un señor entradito en carne caminando solo bajo sol (que por lo menos marcaba unos 38 grados), mis padres dijeron que nos apretáramos atrás y subieron a este caballero, éramos tres apiñado en la mitad del asiento trasero y este sujeto ocupaba la otra mitad (además llevábamos al gooffy, el perro) por suerte fueron como 20 minutos de lenta subida. Al llegar a su casa nos hizo pasar, era humilde pero muy ordenada, estaba tan agradecido que nos regalo 2 canasta (como las usan en las panaderías) de uva.
Estuvimos comiendo uvas como un mes y eso que les regalamos a mucha gente.
En otra ocasión el viaje fue al sur, hasta Chiloé pero en esas proezas no fui ya que me quede trabajando.
Recuerdo que una vez íbamos por vicuña Mackenna con mi papá y como hacia calor enrollé el techo, pasamos a echar bencina y mi papá pone el vuelto en las ranuras del “aire acondicionado”, no habíamos andado mas de 500 metros cuando salieron volando por el techo los billetes. Jajá jajá fue muy gracioso verme entre los autos y micros recogiendo los billetes.

Conocimos mucho en la citrola, como no recordar los sustos que pasábamos cuando el camino era muy ladiado y parecía que se iba a volcar, o cuando había una subida muy pesada nos sentábamos en el capo para hacer peso y así íbamos subiendo.
O cuando por la altura se apunaba le dábamos vuelta un tornillo y seguíamos camino.... O para hacerla andar se usaba la manilla de la gata y se le daba cuerda (como a los autos antiguos) o cualquier pana se arreglaba con una pita o un clip.

Cuando la citrola cumplía los 12 años al servicio de la familia, llega un auto nuevo, un Hyudai, más amplio y auto de verdad (porque no consideramos a las citrolas como auto, son una especie diferente que no cabe en esa categoría).
Por tanto la citrola quedaba para mi hermano chico y yo ( el del medio ya tenía el suyo) pero mi hermano la ocupaba más la desarmaba y la armaba como un mecano, le hacia manteción todas las semanas y siempre estaba brillante, como nueva. Un día va de compras al Plaza Vespucio con su novia, al llegar estaciona cerca de una puerta del mall; se baja, le echa llave, y se va con la niña a las compras, pero al entrar ella siente frio y se devuelven por el chaleco a la trola... ¡sorpresa!, ya no estaba, en cinco minutos se la robaron. Se hizo la denuncia en el mall y en carabinero, pero nada era solo una trola sin mucho valor, (palabras de la gente del mall y de carabineros) por tanto no era necesario gastar recursos. Por semanas mi hermano se iba a recorrer las calles todo el día buscando su trola, nuestra trola.
La verdad el cariño que le teníamos era enorme, mi madre lloraba a escondidas, mi hermano llegaba de su ronda con lagrimas en los ojos, y más aun cuando las instituciones formales le negaban ayuda (el mall negó el uso de las cintas de seguridad) aun a mi al escribir esto me invade una cosita como nostalgia.

Ya son 10 años sin ella.

http://www.clubdelacitroneta.cl/

viernes, octubre 01, 2004

Más de Mi

Reading Entonces....
Quedamos en que entraba al Liceo Juan Bosco... Tan re lejos que me fue a tocar!!!
Me levantaban a las 6 de la mañana, salíamos con mi papá caminando hasta Vicuña Mackenna (como 10 cuadras y en invierno eran 20). Allí tomábamos una micro hasta alameda, desde allí el metro hasta República. Como mi padre siempre le gusto andar adelantado, llegaba al colegio a las siete y media de la mañana. Tímidamente comenzaron mis clases en las salas del pabellón antiguo, donde estaban los cursos básicos, era un edificio muy alto, de los orígenes del colegio por allá en el 1900. Como buen colegio marista todas las mañana se hacia la oración a la virgen “María Auxiliadora”. Luego en perfecta fila a la sala de clases eran techos muy altos (cinco metros) Los pupitres tenían la mesa en ángulo y se levantaba para debajo dejar los cuadernos y los libros. El primer día de clases del quinto A entra un señor bajito ancho y pelado, Don Mario Aranda, profesor de castellano y profesor jefe. Parte con una charla sobre las mujeres y anécdotas de los matrimonios, que cuando uno pololea la mujeres cuidadas, siempre maquillada, lindas pestañas; pero luego del matrimonio se deja estar se sacan las pestañas ,pelucas y otros y se muestra en su realidad.... Encontrábamos muy graciosos sus relatos, pero ¿serian autobiográficos? Nunca lo supimos.
Luego entro el profesor de técnicas manuales un señor alto muy flaco canoso, de unos 70 años con un maletín viejísimo de donde sacaba unas reglas y compaces para la pizarra. Yo era bueno para las manualidades pero a este señor se le metío en la cabeza que me la hacían, por tanto un cuatro. Decidí no poner tanto cuidado en su elaboración, para hacerlo mas creíble pero no, lo encontraba mediocre, un cuatro, no quedo otra que la resignación.
En esos días fue cuando conocí a Pablo Carlos y el Leo fueron mis primeros conocidos y que más a delante contare de ellos.
Fueron pasando los cursos y las proezas para llegar a clases, hasta que un buen día papá se compró una citroneta, naranja, bien vistosa. Por consiguiente nos íbamos en auto al colegio y pensamos que nos levantábamos más tarde, pero no igual temprano para alcanzar estacionamiento, pero por lo menos estábamos más a gusto que en una micro.
Me gustaba el colegio, lo pasaba bien aunque siempre fui tímido, tenia buenos amigos, amigos de verdad. Incluso mis padres participaban en cuanta actividad habia.
Llegue a la media, donde a esa altura habían varios niños del barrio en el colegio, incluidos mis hermanos. Esto significaba que debía devolverme a casa con una banda de infantes a mi cuidado, que no era tan complicado. Lo complicado comenzó en la época de las protestas, cruzar la calle con cinco niños en medio de lagrimógenas y chorros de agua era toda una proeza: Recuerdo una vez que salí con estos chicos bajo mis brazos y corrí hasta la puerta del metro donde había un militar con metralleta y me dice que no puedo entrar, yo le digo que si que puedo y el insiste que no, en esa discusión estábamos cuando me apunta con el arma, en vez de asustarme la tome con mi mano la corrí, dije permiso y entre, tras bajar las escaleras me bajo el susto, pero ya estaba en el tren a salvo y con los cinco niños que contaba cada cierto rato.
Las vueltas a la casa eran muy entretenida nos juntábamos como 10 que tomábamos el bus 53 que iba a Puente Alto Nos subíamos todos los que vivíamos en los diferente paraderos de Vicuña. Recuerdo al Fito que era muy pinta monos, compraba los helados panda, los guardaba en los bolsillo y se los llevaba a su mamá.
Al llegar a tercero medio tuve que elegir entre tres áreas; humanista, biólogo o matemático, y obvio me fui por el humanista. Esa ha sido una de las más acertadas elecciones de mi vida. El grupo-curso que se formó era extraordinario éramos muy conocidos en el colegio por nuestro rendimientos y nuestro estilo de clases que implementábamos junto con los profesores. Le dimos mucha dinámica alas clases, reordenamos las bancas en círculos... fuimos conejillos de indias pero ganamos mucho. Tanto así que luego de casi 20 años de egresados nos seguimos juntando periódicamente, somos amigos, conocemos nuestras familias es de verdad un orgullo tener a este grupo de amigos El día de nuestra graduación de la media todos los profesores lloraban, hasta los más duros. Dejamos marca. Incluso hace unos meses fui y me encontré con Agustina Bascur, profesora de castellano y me pregunto por la mayoría de mis compañeros con nombre y apellido, estaba muy emocionada de verme y muy orgullosa de lo que hemos logrado en nuestras vidas. Creo que eso es lo mas importante para un profesor, ver a sus alumnos muy bien ubicados, trabajando en lo que siempre quisimos con los valores que ellos nos entregaron y proyectaron en nosotros.
Amigos, acuérdense de ellos, si puedes visítenlos llámenlos, la sonrisa que veras en sus caras es impagable.

Nos vemos mañana...







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