El Convertible Francés
Anoche apague el celular... y nadie se murió!!!! Dormí mas de doce horas, que falta me hacia...
Por allá, en el principio de los ochenta, cuando llevábamos como 5 años en Santiago, mi papá llego con una gran sorpresa; ¡un auto!, ¡¡¡la familia tenía auto!!!
Con mis hermanos saltábamos de contentos. Era un auto muy característico su motor inconfundible, el color muy llamativo; naranja. Los focos estaban salidos y eran cuadrados, extraña forma de auto. La verdad no era un auto, era una citroneta.
Mi papá había tomado un curso para aprender a manejar, así que cada salida que teníamos eran a no más de 50 kilómetro por hora. Tomaba el volante muy firme con las dos manos y no podíamos hablar, para no distraerlo, mi mamá callada al lado mirando impávida el paisaje.
Para practicar salíamos a paseos al campo y principalmente para el sector de Pirque y el cajón del Maipo, nos metíamos por cuanto camino encontrábamos y estuviera abierto. Un día sábado salimos rumbo de paseo a los alrededores de Rancagua. Llegamos a Rancagua y seguimos derecho hasta san Fernando como estábamos allí decidimos subir un poco hacia las montañas. Llegamos a las termas del flaco. Era un camino muy angosto, la montaña por un lado y el risco por el otro, pero valía la pena el riesgo, el paisaje es de los has bellos que tiene este país. No nos quedo otra que quedarnos a dormir alla.
En otra oportunidad nos fuimos de vacaciones a La Serena, donde además de nosotros 5 (padres hermanos y yo) invitamos a un amigo. Subimos al valle del elqui donde aún era tradicional y no un lugar “turisticamente lindo”. Era muy sobrecogedor cuando subíamos en nuestra naranja amiga. En el camino vimos a un señor entradito en carne caminando solo bajo sol (que por lo menos marcaba unos 38 grados), mis padres dijeron que nos apretáramos atrás y subieron a este caballero, éramos tres apiñado en la mitad del asiento trasero y este sujeto ocupaba la otra mitad (además llevábamos al gooffy, el perro) por suerte fueron como 20 minutos de lenta subida. Al llegar a su casa nos hizo pasar, era humilde pero muy ordenada, estaba tan agradecido que nos regalo 2 canasta (como las usan en las panaderías) de uva.
Estuvimos comiendo uvas como un mes y eso que les regalamos a mucha gente.
En otra ocasión el viaje fue al sur, hasta Chiloé pero en esas proezas no fui ya que me quede trabajando.
Recuerdo que una vez íbamos por vicuña Mackenna con mi papá y como hacia calor enrollé el techo, pasamos a echar bencina y mi papá pone el vuelto en las ranuras del “aire acondicionado”, no habíamos andado mas de 500 metros cuando salieron volando por el techo los billetes. Jajá jajá fue muy gracioso verme entre los autos y micros recogiendo los billetes.
Conocimos mucho en la citrola, como no recordar los sustos que pasábamos cuando el camino era muy ladiado y parecía que se iba a volcar, o cuando había una subida muy pesada nos sentábamos en el capo para hacer peso y así íbamos subiendo.
O cuando por la altura se apunaba le dábamos vuelta un tornillo y seguíamos camino.... O para hacerla andar se usaba la manilla de la gata y se le daba cuerda (como a los autos antiguos) o cualquier pana se arreglaba con una pita o un clip.
Cuando la citrola cumplía los 12 años al servicio de la familia, llega un auto nuevo, un Hyudai, más amplio y auto de verdad (porque no consideramos a las citrolas como auto, son una especie diferente que no cabe en esa categoría).
Por tanto la citrola quedaba para mi hermano chico y yo ( el del medio ya tenía el suyo) pero mi hermano la ocupaba más la desarmaba y la armaba como un mecano, le hacia manteción todas las semanas y siempre estaba brillante, como nueva. Un día va de compras al Plaza Vespucio con su novia, al llegar estaciona cerca de una puerta del mall; se baja, le echa llave, y se va con la niña a las compras, pero al entrar ella siente frio y se devuelven por el chaleco a la trola... ¡sorpresa!, ya no estaba, en cinco minutos se la robaron. Se hizo la denuncia en el mall y en carabinero, pero nada era solo una trola sin mucho valor, (palabras de la gente del mall y de carabineros) por tanto no era necesario gastar recursos. Por semanas mi hermano se iba a recorrer las calles todo el día buscando su trola, nuestra trola.
La verdad el cariño que le teníamos era enorme, mi madre lloraba a escondidas, mi hermano llegaba de su ronda con lagrimas en los ojos, y más aun cuando las instituciones formales le negaban ayuda (el mall negó el uso de las cintas de seguridad) aun a mi al escribir esto me invade una cosita como nostalgia.
Ya son 10 años sin ella.
http://www.clubdelacitroneta.cl/
Por allá, en el principio de los ochenta, cuando llevábamos como 5 años en Santiago, mi papá llego con una gran sorpresa; ¡un auto!, ¡¡¡la familia tenía auto!!!
Con mis hermanos saltábamos de contentos. Era un auto muy característico su motor inconfundible, el color muy llamativo; naranja. Los focos estaban salidos y eran cuadrados, extraña forma de auto. La verdad no era un auto, era una citroneta.
Mi papá había tomado un curso para aprender a manejar, así que cada salida que teníamos eran a no más de 50 kilómetro por hora. Tomaba el volante muy firme con las dos manos y no podíamos hablar, para no distraerlo, mi mamá callada al lado mirando impávida el paisaje.
Para practicar salíamos a paseos al campo y principalmente para el sector de Pirque y el cajón del Maipo, nos metíamos por cuanto camino encontrábamos y estuviera abierto. Un día sábado salimos rumbo de paseo a los alrededores de Rancagua. Llegamos a Rancagua y seguimos derecho hasta san Fernando como estábamos allí decidimos subir un poco hacia las montañas. Llegamos a las termas del flaco. Era un camino muy angosto, la montaña por un lado y el risco por el otro, pero valía la pena el riesgo, el paisaje es de los has bellos que tiene este país. No nos quedo otra que quedarnos a dormir alla.
En otra oportunidad nos fuimos de vacaciones a La Serena, donde además de nosotros 5 (padres hermanos y yo) invitamos a un amigo. Subimos al valle del elqui donde aún era tradicional y no un lugar “turisticamente lindo”. Era muy sobrecogedor cuando subíamos en nuestra naranja amiga. En el camino vimos a un señor entradito en carne caminando solo bajo sol (que por lo menos marcaba unos 38 grados), mis padres dijeron que nos apretáramos atrás y subieron a este caballero, éramos tres apiñado en la mitad del asiento trasero y este sujeto ocupaba la otra mitad (además llevábamos al gooffy, el perro) por suerte fueron como 20 minutos de lenta subida. Al llegar a su casa nos hizo pasar, era humilde pero muy ordenada, estaba tan agradecido que nos regalo 2 canasta (como las usan en las panaderías) de uva.
Estuvimos comiendo uvas como un mes y eso que les regalamos a mucha gente.
En otra ocasión el viaje fue al sur, hasta Chiloé pero en esas proezas no fui ya que me quede trabajando.
Recuerdo que una vez íbamos por vicuña Mackenna con mi papá y como hacia calor enrollé el techo, pasamos a echar bencina y mi papá pone el vuelto en las ranuras del “aire acondicionado”, no habíamos andado mas de 500 metros cuando salieron volando por el techo los billetes. Jajá jajá fue muy gracioso verme entre los autos y micros recogiendo los billetes.
Conocimos mucho en la citrola, como no recordar los sustos que pasábamos cuando el camino era muy ladiado y parecía que se iba a volcar, o cuando había una subida muy pesada nos sentábamos en el capo para hacer peso y así íbamos subiendo.
O cuando por la altura se apunaba le dábamos vuelta un tornillo y seguíamos camino.... O para hacerla andar se usaba la manilla de la gata y se le daba cuerda (como a los autos antiguos) o cualquier pana se arreglaba con una pita o un clip.
Cuando la citrola cumplía los 12 años al servicio de la familia, llega un auto nuevo, un Hyudai, más amplio y auto de verdad (porque no consideramos a las citrolas como auto, son una especie diferente que no cabe en esa categoría).
Por tanto la citrola quedaba para mi hermano chico y yo ( el del medio ya tenía el suyo) pero mi hermano la ocupaba más la desarmaba y la armaba como un mecano, le hacia manteción todas las semanas y siempre estaba brillante, como nueva. Un día va de compras al Plaza Vespucio con su novia, al llegar estaciona cerca de una puerta del mall; se baja, le echa llave, y se va con la niña a las compras, pero al entrar ella siente frio y se devuelven por el chaleco a la trola... ¡sorpresa!, ya no estaba, en cinco minutos se la robaron. Se hizo la denuncia en el mall y en carabinero, pero nada era solo una trola sin mucho valor, (palabras de la gente del mall y de carabineros) por tanto no era necesario gastar recursos. Por semanas mi hermano se iba a recorrer las calles todo el día buscando su trola, nuestra trola.
La verdad el cariño que le teníamos era enorme, mi madre lloraba a escondidas, mi hermano llegaba de su ronda con lagrimas en los ojos, y más aun cuando las instituciones formales le negaban ayuda (el mall negó el uso de las cintas de seguridad) aun a mi al escribir esto me invade una cosita como nostalgia.
Ya son 10 años sin ella.
http://www.clubdelacitroneta.cl/