miércoles, septiembre 29, 2004

Algo de Mi

Nací el 4 de octubre del 67 en Valparaíso, Viví hasta los 8 años en viña. Vivíamos en el camino a Quilpué, al final de la ciudad, en el cerro más lejano donde los inviernos eran fuerte, el viento se lo llevaba todo y en el verano eran los incendios forestales. Varias veces tuvimos que dejar la casa por los incendios que la rodeaban, nos sacaban envueltos en sábanas mojadas y toallas en las cabezas
(pues el pelo se prende por el calor). Pero cuando no habían incendios tomábamos cartones y con el Carlos el Daniel ( amigos de toda la vida que aún conservo) y nos tirábamos por los pastos secos, cuan montaña rusa, para terminar de cabeza en un riachuelo al final de la loma o nos íbamos a los árboles donde teníamos nuestras guaridas (casas en el árbol) que nosotros construíamos, comprenderán que no eran muy sólidas ni finas.
La verdad tengo muy buenos recuerdos... no tenía bicicleta, ni patines, ni atari (no existía). Y la tele era a ratos (peleaba con mis primas, mayores que yo, por ver plaza Sésamo y ellas Música Libre). A veces me dejaban ver Pinina o algo de Nino, mejor dicho la veía por que mi madre creía que dormía; o jugábamos a los vaqueros, o a exploradores en la selva, y esas cosas que veíamos en la tele de los setenta, y nos acostaban a las ocho con “Tevito” la mascota de TVN.

Mi padre trabajaba en Santiago y viajaba los fines de semana a la casa (en esos años el viaje entre Santiago y Viña demoraba 4 horas) por tanto con mi madre pasamos temporales, incendios y terremotos. Recuerdo que en el invierno nos metíamos a la cama de mi mamá y nos leía cuentos y que cuentos, nada de caperucitas y lobos ni cerditos; El Principito, Las Mil y una Noche, toda las noche un cuento.

Como a los ocho años mi padre nos dice que compró una casa en santiago... se imaginan llegar a la gran ciudad, por que así la visualizábamos (cada vez que venía a Santiago me impresionaba mucho que la micro pasara bajo un edificio tan grande (en Nataniel y Alameda), venir a vivir acá era colosal. Lo que no sabíamos con mis hermanos que la ciudad era más que eso, mucho más. Llegamos a vivir a la Florida a 24 kilómetro del centro a dos hora en unas micros verdes y chicas que llamaban “liebre”.
La casa estaba rodeada de parcelas, era puro campo. La leche estaba a media cuadra en un establo, el pan a dos cuadras en unos hornos de barro... campo....campo....campo...

Cuando íbamos a buscar a mi papá a su oficina era bajarse de la “liebre” y mi madre volaba con nosotros a través de los hoyos del metro para cruzar tamaña calle como es la alameda, y así enfilar rápidamente por Mac-iIver hasta la oficina de mi papa, pues con tanto rato arriba de la micro la naturaleza llamaba con urgencia: luego del descanso nos íbamos a tomar té al Colonia (ritual que hacíamos en Valparaíso en el Riquet).
Como llegamos en marzo, casi comenzando las clases, me inscribieron en el único colegio que había, uno fiscal (F-30). Allí curse tercero y cuarto básico. Daban una leche que era obligación tomarla, un ulpo intragable áspero con unas galletas que ni con martillo se partían. Le rogaba a mi mamá que hablara con la profe y le dijera que yo tomaba desayuno en la casa y no necesitaba de ese brebaje, que le dieran el cupo a un niño que lo necesitará... así fue. Era un muy buen colegio y aún conservo amistades de esos cursos.
Allí comencé a tomar conciencia que me gustaba leer (gracias a la profesora, Luz Carter), el libro de castellano me lo leí en unos días, así que me sabía todas los relatos.
Ya para quinto básico entre en un colegio de cura, los salesianos, en Cumming con Alameda...
Pero esta es otra historia....

mañana continuamos

1 Comments:

Blogger Roberto Arancibia said...

Bonita historia Leandro, de ahí que te viene el gusto y las ganas por leer y escribir.

Esperaremos el resto.

2:52 p. m.  

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